domingo, 4 de noviembre de 2007

Diálogo después de la batalla

Regreso después de batallar en los campos
con aquellos hombres que sólo conocí por el santo y seña
por sus rostros polvorientos tras cada jornada
que se abreviaban cuidándose la espalda
para evitar ser blanco de los fragores diarios
Cada hombre compartía su propio ángel de la guarda
porque no era fácil cruzar los bosques sin dejar rastro
sin que el aire quedara manchado por nuestros hedores
sin que los ríos presenciaran nuestro ritmo marcial
No había tiempo de seguir los cocuyos
que trazaban bajo los cielos nocturnos figuras de infancia
porque el tic tac de la luna nos anunciaba constantemente la vigilia
y nadie era dueño de su palabra o de sus actos
si acaso de atisbos de sonrisas como piedras desmoronadas
Regreso sin sentirme victorioso o derrotado
sin saber si en verdad alguien tenía la razón
y si mi contienda fue por esta tierra
o del lado del enemigo
que ahora enseña como yo las heridas en su cuerpo

Razón del condenado

Escondíamos las armas tras los espejos de las casas
porque sabíamos que nadie pondría en riesgo
siete años de su vida por romperlos
Allí también dejábamos tendida la ropa clandestina
y ese olor a maleza recién cortada
que otorga por los excesos en los cuerpos el campo
Nos internábamos en las ciudades disfrazados de sonámbulos
y entonces asumíamos que ese rompecabezas del mundo
en el que la gente se postraba ante un dios imaginario
era el verdadero paraíso de nuestros actos
Aquello nos hacía crecer como el polvo de las calles
cuando estos pueblos no eran habitados por fantasmas
Por eso les damos la razón al condenarnos
Sólo que ya es tarde para que nos vuelen la tapa de los sesos

El visitante

Otras vez vienes a hablarnos del mundo
como si no lo hubieras hecho cuando la palabra nos unía
como si trajeras en tu espalda todo su peso

¿Hasta dónde llega tu culpa?

No creemos que tu alma pueda medir con exactitud los abismos
ni la cuerda que te mantiene rimbombante sobre las piedras

Tu rostro de crueldad está desdibujado
como la montaña que cae derramada al suelo
aunque por dentro continúa intacto tu fuego destructor

Otra vez vienes a hablarnos del mundo
cuando nosotros sólo aguardamos la noticia
de que tu nombre es finalmente atravesado
por una flecha disparada desde la tierra

Carta al señor Sabines

A ver qué imagen haces de ti mismo
con los pedazos que recoges de tu sombra
Jaime Sabines

Señor Sabines:
a usted que conoce la historia de las ciudades
y que ha estado a un paso de que la guerra
le cercene la punta de la lengua
A usted que ahora debe estar con Dios
tratando de inventar otro poema para el hombre
hoy le pido que traiga su palabra
y nos enseñe que hacer la imagen de uno mismo
con los pedazos que se recojan de la sombra
o pararse en la puerta a llorar como un aguacero
cuando no hay lágrimas ni corazón que así lo sienta
o atrapar pájaros con las manos
cuando los dedos están desgastados de desatarse los pies
no es tan sencillo como lo pintan sobre las murallas
con la sangre de tantas palomas mensajeras

Señor Sabines:
Sólo usted puede ofrecernos el milagro
de entender de una vez para siempre
que el mundo se nos viene encima
y nuestros ojos aún con legañas como estalactitas

sábado, 3 de noviembre de 2007

Noticias de la guerra

El viento devasta la aldea con las noticias de la guerra
No obstante el anciano mayor
toma la palabra y dice que eso no es nada nuevo
que las profecías escritas
antes del tiempo en el libro de los muertos
ya lo sentenciaban:
el Dios trueno caerá como lluvia de piedras
sobre las casas que se levantan en las praderas
y de los oscuros bosques
los árboles serán arrancados y molidos hasta polvo
Sólo que el hombre no ha entendido tales sortilegios
Y todas las señales las ha tenido al alcance
como las líneas que le cruzan las palmas de las manos

Relato de un hombre en batalla

A veces aparecen ante nuestros ojos
trenes que se extienden por largos caminos
convocando paisajes o rostros imaginarios
que repasan las más sutiles estampas de la infancia.

Trenes cuyos vagones guardan los papeles que contienen la historia
y dejan a su paso una nube que trasiega los sueños,
y un canturreo de hojas secas al viento.

Trenes de blanco como páginas ondeantes
donde la única palabra escrita es una alegoría a la guerra,
que permanece entre los hombres
con una crudeza que desangra sus labios.

Trenes con una carcajada entre sus rieles regresando a los pueblos por donde pasa,
espantándolos, con un olor de ceniza volcánica enrareciendo el aire,
con una crueldad humana creciendo en su vapor alucinante.

Y aparecen tan repentinamente
que acaso tenemos tiempo de signarnos la memoria
porque a su paso también todo queda calcinado.

Ciudad natal

A John Jairo Vera

Hablar de esa ciudad
levantada sobre cuatro ríos y una tierra milenaria
que incólume guarda la huella de sus hombres
iluminada como un imperio por sus muertos
protegida por un lago que calca a toda hora los astros
bendecida por una samaritana
incansable dando de beber a los pájaros que trae el viento
como las hojas de las ceibas centinelas
y abrazada por unas calles que descienden de las montañas
hasta encontrarse en la plaza como sus gentes

Hablar de esa ciudad
es traer ahora toda una historia a la memoria
Una historia
Quizá lo único que queda