domingo, 4 de noviembre de 2007

Razón del condenado

Escondíamos las armas tras los espejos de las casas
porque sabíamos que nadie pondría en riesgo
siete años de su vida por romperlos
Allí también dejábamos tendida la ropa clandestina
y ese olor a maleza recién cortada
que otorga por los excesos en los cuerpos el campo
Nos internábamos en las ciudades disfrazados de sonámbulos
y entonces asumíamos que ese rompecabezas del mundo
en el que la gente se postraba ante un dios imaginario
era el verdadero paraíso de nuestros actos
Aquello nos hacía crecer como el polvo de las calles
cuando estos pueblos no eran habitados por fantasmas
Por eso les damos la razón al condenarnos
Sólo que ya es tarde para que nos vuelen la tapa de los sesos

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