A veces aparecen ante nuestros ojos
trenes que se extienden por largos caminos
convocando paisajes o rostros imaginarios
que repasan las más sutiles estampas de la infancia.
Trenes cuyos vagones guardan los papeles que contienen la historia
y dejan a su paso una nube que trasiega los sueños,
y un canturreo de hojas secas al viento.
Trenes de blanco como páginas ondeantes
donde la única palabra escrita es una alegoría a la guerra,
que permanece entre los hombres
con una crudeza que desangra sus labios.
Trenes con una carcajada entre sus rieles regresando a los pueblos por donde pasa,
espantándolos, con un olor de ceniza volcánica enrareciendo el aire,
con una crueldad humana creciendo en su vapor alucinante.
Y aparecen tan repentinamente
que acaso tenemos tiempo de signarnos la memoria
porque a su paso también todo queda calcinado.
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